6 ene 2011

Reflexión y debate del último Café del ciclo 2010

"La falsa vida literaria" - M. Florencia Piedrabuena

Qué es la literatura
La reconocemos. Hay categorías internas que la detectan todo el tiempo, ¿pero qué es? Cualquiera la percibe, de manera diferente, y debería haber entonces por cada persona un concepto literario distinto.
Sin embargo hay algo que une y a la vez separa en todas esas producciones, porque a veces leemos literatura y no entendemos, y a veces nosotros mismos escribimos y el resultado nos parece literario.

Quién escribe literatura.
Escriben los literatos, cualquier persona que encuentre un lápiz: ¿es un escriba dedicado o un autor o un artesano?
¿Escriben sólo algunos o todos podemos literaturizarnos?
Escribe literatura el que se ponga esa meta, no podemos encontrar en todas las personas a un productor literario, y volvemos al mismo problema. Si no sabemos qué es la literatura,¿cómo podemos decir de alguien que la escribe? ¿Y qué decimos del que la recibe?

Quién lee literatura.
Cualquier persona que haya sido alfabetizada de alguna manera, ¿la lee, la ve? La literatura es para todos, sin embargo está tan codificada, tan separada del mundo cotidiano, que parece haber sido escrita para unos pocos. Aunque yo diría, para una única persona.
El lector, el ser más solitario que el que escribe, el que se encuentra en una relación casi adúltera con el libro que contiene esa literatura que llega a nuestras manos.
El lector, el que se pone en el lugar del lector, el que acepta las reglas de la literatura, el que acepta los designios del que escribió antes, el que al terminar de leer va a decir de eso que fue un libro que leyó, entonces, ¿el punto en común son los libros?
Hasta que nos damos cuenta de que lector puede ser cualquiera, según el lugar que ocupe en el mundo, y un libro también puede ser cualquier cosa, el requisito es llevar una tapa.

Finalmente me pregunto, si no sabemos qué es la literatura, quién escribe literatura, quién lee literatura, ente tantas preguntas que no encuentran referentes,

¿Para qué escribir literatura entonces?

Escribir literatura es cambiar las reglas de un juego que nos aburre. Por supuesto que la literatura es aburrida, aburrida porque no es actual, porque está desfasada, porque está siempre volviendo al pasado, escrita a priori y leída en el futuro, nostálgica, recreando formas de decir que están escritas y entonces se parece a un teatro simulado, contenido en esa tinta y en trescientas páginas, o menos.
Escribir literatura, entiendo que no sirve para nada. Comprendo las limitaciones de su alcance, siempre mediado por la lengua, siempre retrasado por la forma en que se disponen las palabras, siempre oscurecido por ese uso literario que siempre y nunca vamos a detectar.
Detectarlo no es repetirlo, debiera ser transformarlo y traído agarrado de las orejas al presente, obligado a decir las cosas que uno quiere, y no dejarlo ser autor de lo que escribimos.
Y sigo sin contestar para qué sirve la literatura, no sé si sirve escribirla, tampoco sé cuánto ganamos al leerla, y tampoco entiendo si la literatura está para ser escrita y leída, porque no comprendo quiénes la escriben y quiénes la leen, y tampoco comprendo si hace otra cosa.
Llego a una mágica conclusión, como una solución superadora.
Escribir no ordena al mundo, leer no desentraña verdades, tampoco abre caminos misteriosos en nuestras mentes, porque las palabras son fácilmente dilucidables, a menos que el que escriba se empecine por lograr lo contrario.
Entonces digo, la literatura es una farsa. Es una simulación, porque si cualquiera puede escribir, cualquiera puede leer, cualquiera puede pretenderse, entonces, estamos simulando vida.
Como una virtualidad intangible, pero que reconocemos como un algo, sin saber qué es, podemos ver en un laberinto el cielo y decir que estamos todavía parados en el mundo.
Reconocer esta farsa es reconocerlas todas. Recrear el juego, es jugar el juego. Para el cerebro es indistinto. Estamos viviendo.

Y en ese devenir de la vida, sólo puedo concluir que la literatura es más parecida a la muerte, más parecida a una pregunta que a una respuesta.

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